“Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene.”
Juan Carlos Onetti
La pandemia actual, así como la reconfiguración del capitalismo que se procesa detrás, marcan la etapa que atraviesa la humanidad hoy. En Uruguay el pueblo a través de sus herramientas de organización y movilización, está dando la pelea para retomar las riendas de su destino en medio de esta nueva situación mundial.La filosofía, entendida como reflexión crítica, es una herramienta valiosa para insinuar posibles caminos de acción. Si es correcto lo que se analizará, puede ser útil tenerlo en cuenta para superar aquello que nos daña y que no permite que la humanidad realice sus potencialidades.
Normalmente anormal
Detuvieron a la humanidad, había que ajustar. En términos empresariales, se obtuvo beneficio de una debilidad. El operativo mediático para informar sobre el nuevo coronavirus cubrió de niebla una realidad de despidos, hambre y represión.
La filosofía puede agarrar para el lado de argumentar y justificar el sentido común, convirtiéndose en ideología dominante; eso que se impone hoy como “nueva normalidad”. Esa justificación de lo real como lo normal, ya la han hecho varios filosófos o ideólogos a lo largo de la historia. Muchos con grandes sueldos e intereses de clase propios.
La conclusión de estos ideólogos del siglo XXI, es que no hay vuelta, hay que encerrarse o, en el peor de los casos, si hay que salir a buscar plata y comprar cosas, estar alerta a los otros y las otras que nos pueden contagiar con este poderoso virus.
Pero la filosofía tiene la tarea de aclarar críticamente qué se considera como normal. ¿Qué cambió (aunque quizás nada cambió)? Además de la idea de cuidarse frente a cualquier cosa que nos pueda matar, lo más importante es entender eso que nos puede matar, y “matarlo” nosotros.
Por eso, ante la imposición de la normalidad, la filosofía crítica agarra para el lado de cuestionar eso que entendemos como “normal”. Crítica que es un paso necesario pero no suficiente para poder cambiar el orden establecido. Crítica que hace pensar si hay que acatar, o por el contrario hay que resistir y superar la “nueva normalidad”.
Lo normal puede entenderse como lo natural, lo que sucede mecánicamente en la naturaleza. Que el agua hierva si se la calienta es normal; que las cosas caigan cuando las soltamos en el vacío, es normal; “ta clavao”.
Pero a nivel humano lo normal pasa a ser lo relativo del comportamiento cotidiano, el sentido común, la costumbre, las ideas y las rutinas dominantes sobre lo que hay que pensar, sentir y hacer (por ejemplo, quedarse en casa). Todo esto se difunde en base a ideas y emociones sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso.
Lo normal es lo naturalizado a partir de las relaciones sociales. O sea, lo que se asume como natural por la gente, como inobjetable, que no se puede cambiar. Pero en realidad eso no es natural, es cultural.
Cuando se naturaliza una situación se generaliza como lo normal, pero detrás hay intereses, ajenos e “invisibles”. Las religiones, por ejemplo, han servido para naturalizar la esclavitud del trabajador ante el poder dominante, prometiendo un futuro próspero a quienes no pierdan su fe a pesar de la cruel realidad viciosa.
En ese marco nos podemos preguntar ¿el coronavirus ha tomado el lugar del diablo en la modernidad del siglo XXI? ¿La nueva normalidad es un nuevo autoritarismo “sanitario”-irracional? Se fomenta el miedo a la muerte para justificar el disciplinamiento social, como se ha hecho también con la delincuencia, y, en otro nivel, con la inmigración. Todos discursos irracionales y falaces, ideología para ocultar la realidad de dominación, de lucha de clases.
Y la posición “contraria”, la negación de la pandemia, fomenta el mismo irracionalismo, la negación de la realidad a través de discursos de odio y violencia. Así como la paranoia por el coronavirus se basa en la idea vacía de la vida, los movimientos protofascistas que niegan el nuevo coronavirus se basan en la idea vacía de la libertad. No reclaman libertad en el sentido de desarrollo humano, que necesita de la justicia social, hablan de una libertad de “hacer lo que se quiera”, pura burguesía. Y sobre todo se utiliza la negación de la pandemia para atacar a gobiernos progresistas, como en el caso de Argentina y España.
Pero, aún asumiendo la gravedad de la pandemia, caben algunas preguntas ¿Ha servido esta alerta como motivación para comprender mejor nuestra conexión con la naturaleza? ¿Y para entender cómo funciona el aparato respiratorio humano, y cuáles son las causas de su fragilidad? ¿O sólo se ha esparcido el miedo ante un nuevo virus?
Demasiada presión
En este marco de crisis sanitaria, podemos enfatizar que el sentido común se disputa entre lo supuestamente saludable, el distanciamiento social, y lo fatalmente enfermizo, una enfermedad que no tenía vacuna. ¿Pero hay algo más “detrás” de toda esta conmoción mundial?
¿Será que resultaba necesario generar una crisis para acomodar el mundo? ¿Era necesario instalar el mandato social “Quedate en casa” para aislar y desmovilizar a la gente, dando rienda suelta al ajuste del modelo neoliberal? ¿Tendrá algo que ver la paralización económica con un declive de Estados Unidos y la Unión Europea frente a la ascendente República Popular China y la poderosa Federación Rusa? ¿O solamente estábamos ante un virus que no tenía cura?
Para pensar posibles respuestas partamos desde las bases. Dicen Marx y Engels en el Manifiesto:
La lectura de esta cita sintetiza las anteriores preguntas. ¿Hay demasiada civilización para que el imperialismo mantenga su dominio mundial?
Un análisis conciente muestra que el neoliberalismo fracasa como modelo social, por la desigualdad, la violencia, la ignorancia. No asegura bienestar ni protección para las personas. Sin embargo, la realidad de los “acontecimientos” viene demostrando que, aunque haya resistencias, las fuerzas neoliberales se siguen imponiendo.
En Uruguay esas fuerzas reconquistaron el gobierno y desplegaron su estrategia. Habiéndose decretado la emergencia sanitaria se pasó a una ofensiva de despidos, seguros de paro, desregulación laboral, aumento del teletrabajo como nueva forma de explotación. Se atacó y se desconoció la negociación colectiva en varios momentos, se negó el diálogo social.
La educación se suspendió de prepo. Estudiantes y docentes pudieron redoblar compromisos, y relativamente mantener el vínculo pedagógico, en gran parte con el Plan Ceibal como principal herramienta, conquista de los gobiernos populares.
Pero este gobierno de derecha no asumió la responsabilidad de brindar los recursos necesarios ante la emergencia sanitaria, al mismo tiempo que desconoció la importancia didáctico-pedagógica de la presencialidad y la opinión del cuerpo docente. ¿Qué objetivo tuvo cerrar liceos? ¿Se hizo para cuidar a la población? ¿Cuidarla del conocimiento?
Dominando la emoción
Se dio un salto cualitativo en la imposición del miedo, a través de lo sanitario. Capaz que por su gravedad el nuevo coronavirus en sí mismo es parte de ese salto cualitativo, o capaz es una enfermedad más de las que genera el sistema de explotación humana y contaminación ambiental.
Lo que parece claro es que la difusión mediática de la pandemia se ha usado para generar irracionalismo y paranoia en la masa, a través de los mismos medios de siempre, los medios de dominación ideológica.
Detrás de la idea de nueva normalidad, nada cambió: el neoliberalismo sigue desarrollando su dominación sobre los pueblos más débiles, y Europa nuevamente usa los recursos del mundo, generando intereses con su “salvación”.
Es así que es importante evidenciar lo que refleja esta pandemia: la ideología de mercado no le sirve a la humanidad; lo que le sirve es otro modo de producción y de vida, la garantía de las necesidades básicas por parte del Estado, que posibiliten la salud del cuerpo y el desarrollo del 'espíritu' en CADA individuo, así como el cuidado del medioambiente.
A nivel sanitario, es clave fortalecer la salud pública de cada nación, y por qué no, pensar en un sistema internacional de salud pública, para todos los habitantes del planeta. Pero a largo plazo la necesidad sanitaria confluye con aquella necesidad de sustituir un modo de producción destructor de la naturaleza y la humanidad, por uno basado en la protección y el desarrollo de la vida y la humanidad. Eso que la clase trabajadora define concientemente como socialismo.
Si nos referimos concretamente a la educación, esta situación ha desarrollado las posibilidades de integrar a ella las tecnologías de la información y comunicación. Y también ha explicitado las desigualdades en el acceso a dichas tecnologías. Lo que señala la importancia de inversión del Estado a través del presupuesto educativo.
El retorno a la presencialidad se realizó con menor número de estudiantes por clase, lo que significó menos horas de clase para cada estudiante. Pero no solo por razones sanitarias es importante que haya pocos estudiantes por grupo, por razones pedagógicas también. Para que esto se sostenga, y los estudiantes no pierdan horas de clase, hacen falta más liceos y más docentes.
Ante estos desafíos es fundamental fortalecer la educación y la salud pública, invertir en políticas que mejoren la vida de la gente. El gobierno no parece estar dispuesto a asignar los recursos necesarios. Pero nuestro pueblo no está dispuesto a aceptar que la crisis caiga sobre sus espaldas.
Bibliografía
*Profesor de Filosofía (IPA)