Entrevista al historiador Gerardo Leibner (Primera parte)

1- ¿Dónde nace tu interés por estudiar al Partido Comunista del Uruguay (PCU)? 

Hay un trasfondo personal y familiar y una temprana formación política que entroncó con la curiosidad histórica intelectual en unas circunstancias que me permitieron dedicar tiempo y esfuerzos a ese tema. Primero, el derrotero familiar y personal: mis padres, León Leibner y Nancy Traiber, fueron militantes del Partido Comunista que tuvieron que escapar al exilio el 1 o 2 de noviembre de 1975, de lo que hoy sabemos que fue la Operación Morgan. Tuvieron suerte si consideramos el padecimiento de muchos de sus compañeros y compañeras más cercanos. Yo era entonces un niño que cursaba 5º año de escuela primaria. Luego estuvimos medio año en Buenos Aires hasta que inmediatamente después del secuestro y desaparición del Dr. Manuel Liberoff, camarada y amigo de mi padre, tuvimos que escapar nuevamente, logrando salir hacia a Israel el 1 de junio de 1976. Fue a partir de aquellos momentos dramáticos que fui desarrollando conciencia de lo que sucedía y una curiosidad política propia. Durante los años de la dictadura mis padres participaron de lejos en campañas internacionales solidarias con los presos políticos, recibíamos publicaciones del PCU y las difundíamos. En fin, me identifiqué y me interioricé, al igual que muchos niños y adolescentes en aquellos dramáticos años, con la lucha anti-dictatorial y con la perspectiva del PCU. También me fui enterando de detenciones, exilio y prisión de primos que militaron en la UJC y en el PCU en aquellos años. Podría decir que políticamente nací y crecí en el PCU sin haber sido nunca militante orgánico, al vivir donde no existía organización partidaria relevante. Por otro lado, ya como joven universitario (y militante de izquierda israelí) me incliné por los estudios de historia latinoamericana y especialmente a partir del derrumbe del campo socialista en 1990 (sobre el cual había acumulado una visión muy crítica debido a las experiencias de emigrantes que conocí), me interesé por el desarrollo de ideas y prácticas marxistas originales, no dogmáticas, en América Latina del siglo XX. Así llegué a estudiar a Mariátegui, sobre el cual escribí mi tesis de doctorado, un análisis crítico de su pensamiento sobre el mundo andino. Tras el doctorado me incorporé como docente e investigador en la Universidad de Tel Aviv. Entonces me plantee investigar al PCU para descifrar las causas de lo que parecía una anomalía histórica: durante los ’60 y comienzos de los ’70, al calor de la revolución cubana, mientras surgían en todo Latinoamérica nuevos sectores de izquierda radicalizada que combinaban de distintas maneras marxismo con nacionalismo antimperialista, socialismo con cristianismo y/o que pretendían ser marxistas-leninistas auténticos que desbordaban por izquierda y debilitaban a los Partidos Comunistas, en Uruguay (y en Chile) el Partido Comunista había seguido creciendo y actuando como eje esencial en la construcción de la unidad social y política de las fuerzas populares. En otras palabras, quería entender las razones y condiciones que permitieron al PCU prosperar en una circunstancia histórica que fue de declive, fraccionamiento y marginalidad para la inmensa mayoría de los Partidos Comunistas latinoamericanos. Rápidamente me di cuenta de que tenía que profundizar en el pasado anterior del partido para entender mejor su actuación en los ‘60. Era el año 2000 y también asumí que, si quería obtener fuentes de información que jamás encontraría en ningún archivo sobre el pasado del PCU anterior a 1955, tenía que apurarme a entrevistar a algunos de los más veteranos/as. En agosto de 2000 viajé a Montevideo e inicié una serie de largas entrevistas a la par de búsquedas en archivos y bibliotecas. 

2- ¿Qué importancia consideras que tiene el PCU en la historia del Uruguay? 

Creo que el PCU ha tenido una función clave, permanente y singular en la historia del Uruguay. El PCU ha sido el principal vehículo de incorporación de trabajadores manuales a la vida política uruguaya no en condición de meros votantes sino como militantes, como dirigentes sindicales y como políticos a todo nivel. Se trata de una contribución sustancial a la democratización profunda de la sociedad uruguaya, remando contra el clientelismo tradicional, contra los linajes políticos, contra elitismos basados en jerarquías sociales, contra prejuicios y estructuras de poder muy arraigadas. Considero que ese aspecto es la contribución más duradera y profunda del PCU a la historia del país. 

3- ¿Cuáles han sido los momentos en los que el partido ha tenido un papel de mayor trascendencia y por qué? 

Sin duda fue el período de 1958-1973 (la larga década del ’60) durante el cual el PCU se transformó en una fuerza política real con prácticas muy exitosas que logró impactar considerablemente en los complejos procesos de unidad y consolidación de un campo popular con claras expresiones sindicales, estudiantiles y políticas. Luego, sin duda, el PCU tuvo un papel central y fundamental en la resistencia cívica a la dictadura iniciada en la huelga general de junio-julio 1973 y persistente hasta comienzos de 1985, en la lucha por la redemocratización y la reproducción de valores e identificaciones sociales que cerraron el paso a las intenciones autoritarias refundacionales y contribuyeron al resurgimiento del campo popular a la salida de la dictadura. En esos dos períodos el PCU contribuyó decisivamente, junto con otros, a forjar el FA como alternativa de poder y de esa manera reconfigurar el mapa político uruguayo 

4- ¿Cuál ha sido el rol de los intelectuales, la clase obrera y las mujeres en la vida orgánica y la elaboración ideológica del PCU? 

Vamos por partes. 

Primero, la clase obrera. Desde el arranque el PCU se ha considerado como “el partido de la clase obrera” y esa ha sido su definición identitaria más importante. Siempre tratando de incorporar a sus filas a los más destacados militantes sindicales en las concentraciones obreras del país, en sus inicios en las décadas del ’20 y el ’30 el PCU fue más “obrerista” que propiamente obrero. “Obrerismo” es un concepto crítico que se refiere a la tendencia de muchos Partidos Comunistas y otros movimientos (algunos sectores anarquistas) a glorificar al trabajador manual como portador de cualidades morales y políticas supuestamente superiores al resto de la sociedad. En el caso del PCU, el obrerismo tuvo su punto de partida al diferenciarse la mayoría de los militantes socialistas que decidieron rebautizar su partido como Comunista y afiliarse al Comintern (Internacional Comunista) de los dirigidos por Emilio Frugoni que refundaron el Partido Socialista y su liderazgo era caracterizado como “de doctores”. Esa tendencia “obrerista” se reforzó tras la expulsión en 1926-7 de Celestino Mibelli, periodista, y la afirmación del liderazgo partidario de Eugenio Gómez. Gómez era un peluquero, o sea un trabajador manual independiente, cuya peluquería, próxima al puerto, era punto de encuentro y de organización de los sindicatos del puerto y marítimos. No pocos trabajadores independientes, como por ejemplo el zapatero Enrique Rodríguez o el trabajador gráfico César Reyes Daglio, fueron militantes comunistas. Recién a fines de los ’30 y en los ’40 se incorporaron importantes contingentes obreros al PCU. Los éxitos o los fracasos del PCU se medían en el desarrollo o debilidad de sindicatos, en la incorporación o pérdida de dirigentes y militantes obreros, en el grado de crecimiento en las principales concentraciones obreras. Las políticas del PCU no estaban mayormente orientadas por sus dirigentes obreros, sino por unos pocos dirigentes que manejaban la interpretación del marxismo-leninismo y de los lineamientos internacionales (y que por lo tanto tenían el aval del Comintern) quienes estuvieron al frente del PCU. Solo en un breve período de creación de la UGT en los tempranos ’40 (liderada por Enrique Rodríguez) y luego ya de manera mucho más seria tras del viraje partidario de 1955, los dirigentes sindicales comunistas realmente lideraron la política sindical del PCU. Esos períodos coincidieron con la formación y surgimiento de obreros comunistas como dirigentes políticos de alto nivel como el mismo Enrique Rodríguez, Héctor Rodríguez (expulsado en 1951), Enrique Pastorino (obrero del cuero), Jaime Pérez (obrero peletero), Rosario Pietrarroia (metalúrgico). Eso sí, en determinados momentos, el PCU también supo abrirse para incorporar a destacados dirigentes obreros políticamente formados fuera de sus filas, como Gerardo Cuesta (1954) y Juan Angel Toledo (1968).  Sin duda, a partir del viraje de 1955 el PCU fue incorporando a través de sus prácticas y en su política cotidiana, elementos que combinaban firmeza de clase y con disposición al diálogo, elementos característicos del desarrollo político de la clase obrera en el contexto de una sociedad capitalista. Esos elementos se convirtieron en parte de la cultura política específica del PCU, cultura que difiere en esos aspectos de las culturas políticas desarrolladas por otros partidos comunistas, los de menor composición obrera o de menor peso obrero en su dirigencia, en períodos paralelos. 

Los intelectuales han estado en el centro de varias contradicciones o paradojas en la historia del PCU. El manejo de las interpretaciones del marxismo-leninismo y de la línea internacional eran condicionantes para poder dirigir el Partido. El PCU siempre necesitó de dirigentes con cierta formación intelectual, sean trabajadores manuales intelectualmente formados en el curso de su militancia (como Eugenio Gómez), o sean intelectuales, mayormente provenientes de clases relativamente privilegiadas que asumieron plenamente el compromiso revolucionario (como Rodney Arismendi o José Luis Massera). Pero, los intelectuales provenientes de clases medias o altas (el caso de Massera) eran vistos con desconfianza de clase, como “doctores”. Por otro lado, los dirigentes dedicados enteramente al Partido, los “revolucionarios profesionales”, no eran ya considerados “intelectuales”. Como “intelectuales” eran considerados quienes tuvieron el privilegio de una formación cultural e intelectual superior y se dedicaban profesionalmente al trabajo intelectual y/o artístico. Estos pasaron de ser relativamente despreciados como “pequeño burgueses” no confiables a fines de los ’2 0 y comienzos de los ’30, a ser cortejados y alabados a partir de 1935, para luego ser nuevamente considerados poco confiables a comienzos de los ’50. Resabios de esas actitudes contradictorias impregnaron la actitud de muchos comunistas aún en años venideros. Desde fines de los ’50 ya se logró una política de integración de intelectuales y de aprecio del trabajo intelectual al interior del PCU. Sí es importante señalar que ya en los ’30 los intelectuales comunistas tuvieron una función importante en producción y divulgación de representaciones literarias, artísticas, conocimientos, imágenes y conceptos relacionados con la sociedad uruguaya. Recién después del giro de 1955 y con el liderazgo claro de Arismendi y con Massera en el “frente intelectual” el PCU comenzó a apropiarse de una manera no burda, ya no tan sólo del capital simbólico de sus intelectuales y artistas (eso se hacía desde 1935), sino también de los productos de esa labor. Es entonces, fines de los ’50, los ’60 y comienzos de los ’70 que una considerable producción artística, literaria y científica de comunistas o inspiradas en el diálogo con comunistas adquiere una presencia considerable en varios terrenos y sirve tanto para el desarrollo de la línea del PCU, de sus símbolos y su estética, acrecentando su atractivo entre sectores medios y juveniles y contribuyendo al desarrollo de una cultura popular uruguaya que en muchos casos lograr superar la frecuente contradicción entre amplia divulgación y alta calidad. De esa manera conceptos, valores, imágenes, ideas, relacionadas con el comunismo uruguayo (tanto por sus productores como por la apropiación realizada por el Partido) se transformaron en parte del sentido común, o al menos en valores culturales asimilados por importantes sectores de la población, especialmente en la clase trabajadora y en los sectores cultos de la clase media. 

Las mujeres han quedados bastante relegadas en la vida orgánica y en la elaboración política del PCU durante importantes períodos. Se trata de una gran paradoja. El PCU fue uno de los primeros partidos políticos uruguayos en considerar a las mujeres como sujetos políticos autónomos, pretendiendo incorporarlas a sus filas como militantes, individualmente y no solo como miembro de una familia supeditadas a un padre, un hermano o un esposo. Todo eso en una época, los ’20, en que las mujeres uruguayas no tenían derecho de voto ni derecho a ser elegidas. Por otro lado, el PCU era parte integral de la sociedad y con todas sus ideas vanguardistas, de igualdad entre los sexos y de derechos de la mujer, ideas inscritas en su doctrina ideológica, los prejuicios machistas muy arraigados tanto en la clase obrera uruguaya y entre los intelectuales se expresaban en la vida cotidiana del partido, en las actitudes de sus dirigentes. Recién a mediados de los ’30 se abrió paso como dirigente Julia Arévalo, que luego fue diputada y senadora en los ’40. El PCU alcanzó a fines de los ’40 un punto muy alto en la incorporación de mujeres a la militancia, en la creación de ámbitos femeninos y formas de militancia adecuadas a las necesidades, intereses y posibilidades de las mujeres, e incluso en el desarrollo de propuestas y temáticas femeninas en su accionar parlamentario y en el imaginario postulado por sus publicaciones. Esto reflejaba tanto el impulso dado por el liderazgo de Julia Arévalo como la capitalización de importantes procesos sociales: un creciente número de afiliadas provenientes de industrias y de sindicatos con predominancia femenina (textil, botonería, dulces, comercio), la creciente presencia de mujeres oficinistas y nuevas generaciones de profesionales formadas en la Universidad de la República. En la revista Nosotras de las mujeres comunistas puede observarse una dualidad, por un lado, reivindicaciones que hoy calificaríamos como feministas y netamente avanzadas para la época, así como imágenes más tradicionales de mujeres supeditadas a liderazgos masculinos. Para que quede claro, la revista festejaba la presencia de jóvenes obreras militantes en los sindicatos y en las agrupaciones del Partido, alentándolas a militar (lo que por sí iba a contracorriente de los valores y costumbres de la mayoría de aquella sociedad) pero a la vez destacaba aún en sindicatos con 80% de mujeres como los textiles, el liderazgo masculino del mismo. Así mismo existía un doble mensaje respecto a los roles correspondientes para las mujeres: por un lado se difundían ejemplos de mujeres ministras, directoras de fábricas y tractoristas en los países socialistas, por otro lado se publicaban textos que daban por sentada sin cuestionar una división “naturalizada” de roles masculinos y femeninos en la militancia comunista uruguaya (mientras a hombres entrevistados se les preguntaba por su salario, a las mujeres siempre se les preguntaba por la carestía). 

Luego, las prácticas de secta impulsadas por el hijo de Eugenio Gómez desde su cargo de secretario de organización que devinieron en la persecución, acoso y expulsión de numerosos militantes tuvieron también un impacto muy negativo en la militancia femenina. Hubo casos de acoso y de explotación sexual que devinieron en un escándalo que fue el detonante de la crisis partidaria de 1955. La vergüenza hizo que ese detonante quedara tapado posteriormente en los pocos relatos históricos del PCU. El tema no fue mencionado públicamente sino con alusiones que solo quienes conocían la intra-historia podían descifrarlas. La nueva dirección restauró un clima respirable, desde todo punto de vista, en el PCU. Pero, la nueva dirección fue casi totalmente masculina y los temas femeninos no estuvieron en la agenda del giro estratégico plasmado en los documentos de 1957 y 1958. Luego, en los ’60 y comienzos de los ’70 se da una paradoja. Numerosas mujeres, nuevas generaciones de militantes, ingresan a filas del PCU y la UJC, desarrollando una militancia muy importante y por lo visto sintiéndose suficientemente cómodas o al menos con espacios para actuar y realizarse como militantes. A la vez, el discurso público del PCU sobre cuestiones femeninas en esa década tan fermental, es muy conservador. Se “naturalizan” la división de roles y hasta las sensibilidades distintas, no se hace ningún esfuerzo real por promover mujeres muy capaces a puestos de dirección o puestos intermedios en el Partido o en los sindicatos. No he investigado épocas posteriores, pero creo que las reivindicaciones de las mujeres en el PCU tanto respecto a su lugar en Partido como a la importancia de reivindicaciones femeninas avanzadas en su programa recién surgen en la segunda mitad de los ’80, tras la retirada de la dictadura. A partir de entonces sí el PCU y la UJC adoptan actitudes y posiciones que entonan con los avances del feminismo.

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