1- En líneas generales, ¿qué papel jugaron en la conformación identitaria de los comunistas uruguayos procesos desarrollados fuera de fronteras como la Revolución Rusa, la Guerra Civil Española, la guerra de Vietnam o la Revolución Cubana?
Los procesos internacionales fueron determinantes, marcando toda la trayectoria del PCU del siglo XX, o sea la que arranca en 1919 y culmina con la crisis partidaria de comienzos de los ’90. Las definiciones que originaron al PCU llevando a la mayoría del viejo Partido Socialista y luego también a un contingente de militantes anarquistas a redefinirse como comunistas e integrar el Partido Comunista, partieron de la identificación y el entusiasmo con el mensaje y la imagen irradiada por la Revolución Rusa y la toma del poder por los bolcheviques. Más que conocer a fondo lo que estaba sucediendo tan lejos, aquellos obreros uruguayos, acompañados de muy pocos intelectuales, se entusiasmaban con la perspectiva de un nuevo tipo de régimen, supuestamente basado en “soviets”: Consejos de obreros y de campesinos que declaraban su determinación revolucionaria a fundar un nuevo tipo de sociedad basada en la igualdad y la justicia, una sociedad pacífica que se retiraba de la gran guerra imperialista que estaba costando millones de vidas. Era como el sueño nunca alcanzado hasta entonces de los oprimidos alzándose para construir sobre las ruinas del pasado la sociedad del mañana. “Tomar el cielo por asalto” según una frase muy repetida y atribuida a Lenin y comenzar a crear el paraíso aquí en la tierra, para todos los hombres y las mujeres. Un mensaje que como historiador y con la perspectiva del siglo siguiente (el diario del lunes) puedo calificar de mesiánico y a su vez muy seductor para algunos sectores sociales, especialmente para aquellos trabajadores manuales con creciente grado de conciencia tanto de la explotación a la que estaban sometidos como de la falsedad de las jerarquías culturales burguesas. Se trataba de crecientes grupos de trabajadores que solo considerados “votantes” en el mejor de los casos, pero que realmente ya sabían que sus patrones y quienes gobernaban no eran ni más inteligentes, ni más cultos, ni más capaces que ellos mismos. Autodefinirse "Partido Comunista" no bastaba. El Partido tuvo que aceptar las 21 condiciones dictadas por la Internacional Comunista, adherir a ella y someterse a sus orientaciones y a su disciplina, siendo hasta 1943 no un partido comunista independiente sino la filial uruguaya del Comintern. Hubo momentos en que los enviados del Comintern influyeron mucho en la vida del PCU y su línea política, hubo momentos que menos, pero la línea general del Comintern siempre fue el principal referente político, así como sus publicaciones y sus modelos organizativos sirvieron para conformar la vida orgánica y buena parte de las formas de actuar del PCU.
La guerra civil española aproximó al pueblo uruguayo a lo que parecía ser la lucha definitoria del destino de la humanidad entre el fascismo y una amplia gama de izquierdas y sectores liberales. Es comprensible en un país donde residían numerosos inmigrantes e hijos de inmigrantes españoles, con afinidades lingüísticas y culturales, que los dramáticos y sangrientos tres años de guerra en España conmovieran y movilizaran a amplios sectores políticos, culturales y sociales en el Uruguay. Al PCU el estallido de la guerra en España (julio 1936) lo encontró en sus primeros ensayos de una política de “frente popular” dictada por el VII Congreso del Comintern en 1935. En ese sentido la guerra civil española permitió a los comunistas ensayar con relativo éxito alianzas bastante amplias con otros sectores políticos, acercar intelectuales y artistas a sus filas, emprender formas novedosas de militancia, con amplitud y avanzando en grados de legitimidad en distintos sectores de la sociedad. En torno a la causa anti-fascista se podían tejer alianzas que eran más difíciles de tejer en el contexto nacional de oposición a la dictadura de Terra, donde pesaban mucho más las lealtades a distintos sectores de los partidos tradicionales y donde nunca se lograba unificar criterios tácticos y estratégicos. Puede decirse que en la solidaridad con España Republicana los comunistas uruguayos combinaron por primera vez acción de masas y amplitud política. No sólo manifestaciones y actos con oradores, que son importantes. Colectas de dinero y reciclajes para enviar al ejército republicano, reuniones en casas de familia para explicar la situación de refugiados y huérfanos de guerra y conseguir ayuda concientizando, y por supuesto las decenas de uruguayos que fueron a pelear como voluntarios a España y el apoyo a su viaje. Fue este un aprendizaje que logró retomarse de manera parcial en la solidaridad con los aliados durante 1941-1945 y que luego fue exitosamente reactivado recién en 1958. Volviendo a España, es importante insistir en que en esa guerra, en la solidaridad con los republicanos españoles, se forjaron algunos de los mitos más potentes del comunismo internacional. Fue una prueba de fuego de entrega internacionalista con las Brigadas de combatientes internacionales, fue una fuente de inspiración de obras de literatura que luego forjaron la educación política de generaciones de comunistas no sólo en el mundo hispano-parlante. De ahí surgieron canciones que reflejaban el espíritu de la época y a la vez forjaban valores sentimentales muy profundos. La propaganda comunista, en torno a la guerra, difundió modelos de heroísmo e impulsó figuras emblemáticas como Dolores Ibarruri “La Pasionaria”. Si la revolución rusa fue el nuevo punto de partida del comunismo en el siglo XX, del leninismo, y que generó un centro de poder y de irradiación, la guerra de España fue un evento que sumó al comunismo uruguayo a los primeros contingentes de intelectuales y de militantes provenientes de sectores medios cultos y más que nada un pegamento emocional que iba más allá de todo lo racional. Tan fuera de lo racional que a pesar de haber culminado en derrota, en durísima derrota, la experiencia del Frente Popular antifascista y la consigna “¡No Pasarán!” quedaron grabados en el sentido común comunistas como claves para una estrategia exitosa contra el fascismo. Este fue finalmente derrotado en Europa, tras la previa derrota de la estrategia del Frente Popular, por una alianza militar de la URSS con las principales potencias capitalistas y por la resistencia anti-nazi, a un precio humano espantoso.
Yo creo que la solidaridad con la revolución cubana en los ’60, en la que el PCU fue el eje determinante, tuvo algunos elementos parecidos a lo que había sido la solidaridad con España, pero también elementos distintivos. Se trataba de solidaridad con una experiencia revolucionaria exitosa, primera experiencia que se autoproclamaba constructora del socialismo en el hemisferio occidental e hispanoparlante. Desde el punto de vista emotivo, movilizó a los comunistas uruguayos y a sectores sociales bastante amplios con una intensidad similar a la guerra de España con la diferencia que se trataba de una revolución agredida pero triunfante. Y esa diferencia le dio otro significado político, la revolución cubana fue interpretada por los dirigentes comunistas uruguayos como un hecho clave que ponía sobre la mesa de los comunistas de América Latina la cuestión del acceso al poder y de la revolución nacional liberadora como un preludio a la posible transformación socialista. “Un escándalo teórico” lo tildaba Arismendi, al igual que todas las rupturas revolucionarias del siglo XX.
La solidaridad con Cuba, muy activa, tenaz y fervorosa, concitó el interés de nuevas generaciones. Muchos terminaron incorporándose al PCU, otros se convirtieron en aliados y otros más en rivales (a veces muy ácidos) que procuraban desbordar por izquierda. La revolución cubana inspiró el surgimiento de corrientes de izquierda de intención revolucionaria que rivalizaron con la estrategia del PCU. Cabe señalar que ese tipo de contradicciones y rivalidades se desarrollaron en Uruguay de maneras bastante civilizadas y manteniendo, en última instancia, el reconocimiento mutuo como revolucionarios y finalmente como aliados en la lucha contra el enemigo principal, la oligarquía y el imperialismo y no derivaron en duros enfrentamientos como en otros países de América Latina. Cuba para el PCU fue una inyección de optimismo y un desafío a la vez, ante el cual se logró diseñar una línea estratégica intermedia entre la dirección cubana que tendía a radicalizar la lucha armada y las direcciones de varios partidos comunistas de países vecinos que reaccionaron con muchas reservas ante el mensaje de la revolución cubana. El PCU adoptó el mensaje acerca de la posibilidad de la revolución anti-oligárquica y nacional-libertadora en esa etapa histórica pero no aceptó ni la imitación de los métodos guerrilleros ni la idea “foquista” de que las condiciones subjetivas, o sea la conciencia, se creaban voluntariamente por la acción directa de un grupo de revolucionarios iluminados.
Con respecto a Vietnam. La criminal guerra en Vietnam conmovió al mundo entero y repercutió en la conciencia de muchos en el Uruguay y fue un lema importante, presente en las actividades, en la prensa y propaganda del PCU. Sin embargo, no tuvo una encarnación política especial. Tiene que ver mucho con la lejanía geográfica y cultural. Vietnam era visto como un pueblo heroico y exótico. La épica revolucionaria latinoamericana, sea el Che Guevara llamando, de una manera que el PCU en parte no acordaba, a crear “un, dos, tres Vietnam” para vencer al imperialismo, o sea Víctor Jara cantando al “tio Ho”, era mucho más relevante para la sensibilidad política de los comunistas uruguayos.
2- ¿Podrías resumir las principales características que ha tenido el proyecto revolucionario del PCU a lo largo del siglo XX?, en especial respecto a la vía al socialismo en el Uruguay y las formas que tomaría un régimen que tuviera como protagonista al PCU (sólo o con otros sectores de la izquierda en el poder).
No se puede hablar de un proyecto revolucionario del PCU a lo largo del siglo XX. Hay que distinguir entre distintos períodos. Si bien es un mismo partido, no es el mismo partido. Pareciera que estoy diciendo una cosa y la opuesta. No, hay una relación dialéctica. El partido de la década del ’20 y hasta 1935 tenía un proyecto revolucionario muy abstracto, difícil llamarlo proyecto. Lo que quería y lo que hacía era luchar y militar para establecerse como el representante de los sectores más esclarecidos y combatientes de la creciente pero numéricamente pequeña, clase obrera uruguaya. El proyecto de la revolución no lo concebían en “uruguayo” sino como calco y copia de lo elaborado por el Comintern que además para América Latina sus lineamientos eran muy pobres y abstractos. La dependencia ideológica continúa luego con la adopción de la línea de Frente Popular en 1935. Esta línea que implicaba tejer alianzas con los sectores identificados como anti-fascistas, traducidos por los comunistas uruguayos como el arco de oposición a la dictadura de Terra y en particular al herrerismo. Sin embargo, no surgió como producto de debates entre los comunistas uruguayos acerca de la situación nacional y sus perspectivas, sino que fue una línea importada e impuesta por Eugenio Gómez de regreso del único viaje que realizó a la URSS. Junto a la idea del frentismo y la identificación de sectores burgueses progresistas, supuestos aliados estratégicos del PCU, la nueva línea dictada por el Comintern encabezado por el búlgaro Georgy Dimitrov implicaba también asumir la identidad nacional. Es entonces, por 1935-1936, que el Partido Comunista comienza a respetar la bandera nacional, a entonar el himno nacional junto a la Internacional, a auto-calificarse de patriota y a venerar a Artigas. Antes todos estos símbolos eran despreciados como “nacionalismo” que contradecía el compromiso del Partido con el internacionalismo proletario. Comienza entonces una época nueva en la vida del PCU, llena de contradicciones. Por un lado, procura “uruguayizarse” y desarrolla políticas y posiciones mucho más relacionadas con las problemáticas específicas del país. Por ejemplo: se pronuncia a favor de la industrialización del país y considera al batllismo como al sector político más favorable a ese cambio necesario de la estructura productiva, contraponiéndolo a sectores colorados y blancos más comprometidos con la ganadería latifundista y considerados como “reaccionarios”. Sin embargo, como filial del Comintern, su política, incluyendo sus alianzas, están supeditadas a los virajes y vaivenes de la política internacional de la URSS gobernada por Stalin. Es así que durante el pacto nazi-soviético de Ribentroop-Molotov (setiembre 1939 a junio de 1941), la política de frente-popular es dejada de lado y el Partido Comunista se aísla, a la vez que entra en una profunda crisis interna de divergencias que culminan con expulsiones y con la deserción de más de la mitad de sus afiliados. Luego, tras la invasión nazi de la URSS y la alianza entre esta y las potencias occidentales, el PCU retoma la línea de alianzas pero ahora con un matiz importante: apoyando al gobierno de Baldomir y luego de Amézaga. Entonces la consigna pasa a ser “unidad nacional”, que en realidad no era tal sino que se retomaba el argumento de considerar al herrerismo como representante de las fuerzas pro-fascistas en el país y por lo tanto enemigas del progreso y de la integración uruguaya en el campo “aliado”.
En estos años y en realidad hasta la segunda mitad de los ’50, el PCU no tuvo un proyecto revolucionario propio sino que su hoja de ruta para el Uruguay implica colocarse como el ala obrera y de izquierda del proyecto batllista de desarrollo que representaría lo más progresista de la burguesía nacional uruguaya. Manteniendo esta visión, los avatares de la política internacional, como el comienzo de la guerra fría, obstaculizaban la capacidad del Partido Comunista de ejercer este rol. Al supeditar la línea nacional a lo que hicieran o dejaran de hacer los batllistas y el comportamiento político a los vaivenes de la política exterior soviética, el Partido Comunista carecía de un proyecto revolucionario propio y estaba sujeto a bandazos y a flotar a la deriva. Ese fue el principal argumento estratégico en la discusión desatada en la crisis partidaria de 1955 en la cual y tras echar a Eugenio Gómez y a su hijo, Rodney Arismendi pasa a dirigir el partido. Entonces, el Partido post-1955, con una línea estratégica propia, desarrollando la vía uruguaya al socialismo, ya no es el mismo que el Partido dirigido por Gómez o aquel más lejano que fue filial del Comintern. Es el mismo Partido, pera ya no es el mismo. Ahora, a partir de 1955, tiene un proyecto revolucionario propio. Este se basa en la idea qué si bien la revolución democrática, anti-oligárquica y antimperialista incluye liberar al Uruguay de los lastres del latifundismo y la dependencia para conseguir el desarrollo industrial necesario para luego luchar por emprender la vía uruguaya al socialismo, no serán las fuerzas políticas tradicionales, no será una insuficientemente potente e inconsecuente “burguesía nacional” quienes encabezarán ese proceso. Es necesaria una alianza con sectores sociales diversos, desde pequeños-burgueses hasta burgueses nacionales y muchas capas y sectores intermedios, pero esta se llevará a cabo desde la izquierda con un peso determinante de los partidos de la clase trabajadora (el Comunista y el Socialista en los ‘50). Ese ha sido el centro de la estrategia más original y exitosa desarrollada por el PCU. Luego cabría agregar la característica de dar prioridad a la lucha de masas, a la organización desde debajo de la lucha política, sin despreciar ninguna otra forma de lucha posible, pero siempre considerando a la participación más amplia como la principal palanca para modificar relaciones de poder y como la principal escuela para forjar conciencia. Ahora, en ningún momento se desarrolló una imagen clara de cómo sería un régimen que tenga al PCU como protagonista central en el poder. Había ejemplos en los cuales mirarse como posibles espejos e imaginarse, pero existía conciencia de que las condiciones uruguayas imponían especificidades propias. Con todo el apoyo al régimen revolucionario cubano el PCU nunca se imaginó, a sí mismo, como un partido único gobernando con dirigentes vestidos de uniforme verde oliva. El ejemplo chileno de la UP se parecía mucho más a las características de un gobierno como el anhelado por el PCU en 1971, pero la UP no llegó a consolidarse como régimen estable. Sin duda, la idea de gobernar siempre fue junto con otros. Entre 1935 y 1955 como hermanos menores del batllismo. Desde 1955 en adelante como parte de un nuevo polo político, como hermanos mayores de una alianza a la izquierda que incluya, además de los partidos y movimientos de izquierda a las izquierdas desprendidas del batllismo y del nacionalismo progresista, superando las limitaciones del nacional-reformismo, o sea imaginando una ruptura revolucionaria democrática, un salto cualitativo en el régimen social y político del país. Yo creo que en esa cuestión había cierta distancia entre un liderazgo comunista que entendía bien que no debía buscarse modelos inspiradores externos, ya que cada desarrollo histórico es único y depende de circunstancias y características específicas, y por otro lado, los imaginarios de numerosos afiliados, donde algunos soñaban con una República Soviética del Uruguay (una visión idealizada y no realista de la URSS), y otros con un gobierno frentista democrático y dialogador en el cual los comunistas convenzan con argumentos y prestigio acumulado, existiendo entre ambos polos numerosas imágenes intermedias. Ahora sí, me cuesta mucho más distinguir un proyecto revolucionario propio del PCU tras su crisis de los ’90. Pareciera que lo que pretende ser es el ala obrera y de izquierda de un proyecto nacional-reformista, ahora ya no personificado por el batllismo sino por el Frente Amplio. Siendo un importante componente del Frente Amplio, el PCU puede ejercer esa función de ala obrera e izquierda (junto con otros sectores aliados) del nacional-reformismo de manera mucho más eficaz que su patético fracaso en la década del ’40. Sin embargo, el nacional-reformismo uruguayo tiene su techo que como vimos no fue superado en quince años de gobiernos frenteamplistas y el PCU no tiene en este período actual un proyecto revolucionario para superar ese techo estructural. No es una acusación, es la constatación de las limitaciones de la política comunista en esta época reciente.
3- ¿Cuáles crees que son los aspectos en los que la historiografía ha avanzado menos respecto al estudio del PCU? ¿En qué dimensiones de su historia sería necesario profundizar?
Muchas cosas. Falta muchísimo por hacer en la historiografía del comunismo uruguayo. No hay un trabajo sistemático acerca de la relación con los organismos y emisarios del Comintern en las décadas del ’20 y ’30. Hay memorias y biografías, pero no hay ningún estudio serio y sistemático de la línea y acción de los comunistas en el movimiento obrero en distintos períodos o incluso en determinados sindicatos. La prensa comunista en los ’30 y los ’40 casi no ha sido analizada. No hay ningún estudio sobre una empresa cultural tan potente como fue Ediciones Pueblos Unidos. La solidaridad como práctica extendida del PCU y sus militantes a comunistas y revolucionarios de países vecinos es un tema fascinante que no ha sido investigado y que puede revelar facetas desconocidas del internacionalismo y el latino-americanismo comunista. Es un tema que puede estudiarse desde los ’30 y hasta las dictaduras de seguridad nacional en los ’70 y ’80. Hay además numerosos aspectos que, si bien he trabajado sobre ellos en mi libro, solo ha sido un primer acercamiento y pueden ser muy útiles nuevas investigaciones que profundicen y que tal vez modifiquen las conclusiones a las que he llegado. Por ejemplo, la militancia comunista en el Interior, diferenciando la militancia en pueblos urbanos y la militancia con trabajadores rurales. Las experiencias de docentes comunistas nunca han sido investigadas. Sus experimentos y orientaciones pedagógicas, las persecuciones a las que fueron sometidos, como afrontaron prejuicios, sus agrupaciones. La posibilidad de acceso a fuentes policiales y al fichero del Partido que hoy es posible y no lo era durante la preparación de mi libro pueden enriquecer y modificar la visión de numerosos temas que he abordado. Personalmente me gustaría volver a revisar cuestiones relacionadas con la composición social del PCU, hilar más fino en las definiciones. Ni que hablar que la clandestinidad comunista bajo dictadura, de la cual hay numerosos testimonios y memorias, aún espera un estudio histórico sistemático. Las experiencias de los comunistas en las cárceles aparecen en numerosos testimonios, pero no hay ninguna investigación histórica al respecto. Más aún, la articulación del PCU entre direcciones interior y exterior y entre distintas esferas de hacer política es un tema no investigado. La involucración internacional del PCU, incluyendo la estadía en el exilio de sus principales dirigentes, sus relaciones con la URSS y con otros partidos comunistas, las discusiones en el seno del movimiento comunista internacional, la misión comunista uruguaya en Angola, los voluntarios en Nicaragua, en fin, toda una serie de procesos y episodios internacionales donde el PCU se vio activamente involucrado. La salida de la dictadura y la crisis de los ’90 no han sido estudiadas por ahora con rigurosidad histórica. Creo que es hora de hacerlo. Sobre todas las cosas, creo que puede ser muy valioso si se analizaran más sistemáticamente historias de vida de comunistas uruguayos.
La historia oral bien practicada es muy reveladora de preguntas y de respuestas interesantes que los textos escritos apenas contienen algunas pistas al respecto. Hay muchos aspectos relacionados con las familias comunistas, con la infancia y la educación juvenil, con la vida cotidiana y la militancia, con la militancia femenina, que apenas han sido tocados para algunos períodos y que bien investigaos pueden ser muy reveladores y útiles para entender la experiencia comunista en el Uruguay.
4- ¿Qué tipo de rol debe jugar el movimiento comunista internacional en una actualidad postsoviética?
En esta última pregunta me piden que me salga del casillero del investigador y asuma el del militante o al menos del intelectual comprometido. Antes de hablar de lo que “debería ser” me parece necesario referirme a lo que hay. No hay en la actualidad un “movimiento comunista internacional”. No hay ni la articulación ni la elaboración para constituirse en movimiento. Y francamente, tampoco hay en el mundo actual muchos partidos comunistas cuya composición social, su análisis, su estrategia y su accionar político representen algo suficientemente homogéneo para considerarse parte de un mismo movimiento. No creo que un partido gobernante en China que ejerce una férrea dictadura política, desarrolla un capitalismo monopolista sin permitir organizaciones sindicales con independencia de clase y que ejerce formas de explotación y extracción neo-coloniales en distintas partes del planeta tenga mucho que ver con el PCU o con muchos otros Partidos Comunistas. No quiero dar otros ejemplos de la gran variedad de Partidos Comunistas en el mundo actual, porque no pretendo conocer cada lugar, cada circunstancia y cada matiz. Ya desde los ’70 y ’80 del siglo pasado quedó claro que quienes se proclamaban “Partido Comunista” no necesariamente eran parte de un mismo movimiento. Sendero Luminoso autoproclamado Partido Comunista del Perú asesinó en los ’80 a militantes de izquierda, a dirigentes sociales, algunos de ellos pertenecientes a otros partidos que se reclamaban como representantes del comunismo peruano. Creo que los rótulos importan menos, mucho menos que los contenidos. La condición previa para que pueda existir un movimiento comunista internacional en el siglo XXI es la redefinición del rol histórico que pretenden realizar una serie de partidos y movimientos que se consideren comprometidos con la clase obrera y con la tarea de superar el capitalismo con una forma socialista de organización de la vida humana. Para realizarlo hay que analizar críticamente y sin temores la experiencia pasada del siglo XX, incluyendo las peores experiencias. En los ’90 se dio un proceso contradictorio: quienes mejor y más analizaron el pasado maldito, las desviaciones, los fracasos, las ilusiones que resultaron ser estafas y autoengaños, mayoritariamente se apartaron del movimiento comunista, abandonaron su condición de tales. Quienes quedaron alzando las banderas, sosteniendo los partidos y sus marcos de militancia, rehuyeron de realizar un análisis serio. Estoy hablando de un fenómeno mundial. Obvio hablo de los países donde los partidos comunistas no gobiernan como partido único (allí es otra historia en la cual la adhesión partidaria es a veces algo ligado al oportunismo burocrático y el conformismo). Creo que la capacidad de regeneración del movimiento comunista internacional tiene que pasar por un período previo en el cual partidos, movimientos, grupos, comprometidos con la clase obrera y con la transformación social superadora del capitalismo (y no importa si se llaman Comunista o de otra manera) conjuguen esa voluntad militante con la disposición franca de reflexionar sobre las experiencias del siglo XX y sacar de ellas conclusiones necesarias. No hay forma de eludir esa deuda. Paralelamente, es necesario coincidir en el análisis del mundo actual. Ahora sí puedo responder qué funciones tendría tal movimiento. Muchísimas. Y son necesarias en nuestro mundo actual. Primero, en un mundo de corporaciones multinacionales es necesario articular y coordinar todo lo posible las luchas de los trabajadores, es necesario crear extensiones internacionales de sindicatos. Segundo, es necesario trasmitir rápidamente experiencias relevantes de lucha, de organización de análisis en un mundo de cambios constantes y vertiginosos. Ni que hablar que hay que ejercer la solidaridad internacional que puede ser muy efectiva en este mundo tan interconectado. Hay muy pocas campañas de solidaridad con perseguidos, con presos y torturados, con pueblos que luchan por su liberación. El descuido de la solidaridad internacional por los comunistas y por otros sectores de izquierda organizada dejan esos temas a los criterios faltos de visión política y estratégica de gente bienintencionada y moralmente comprometida pero sumamente voluntarista y a veces hasta caprichosa. La falta de un movimiento internacional favorece la proliferación de las ONGs que hacen campañas sobre temas claves de interés internacional en las que se especializan, pero actúan y se organizan con modelos gerenciales capitalistas, con una visión unilateral de las cuestiones sociales o ambientales. Los partidos se han desarticulado internacionalmente, se concentran en sus chacras nacionales siguiendo la lógica de donde compiten políticamente y han dejado de lado todo lo que finalmente les termina lastrando su política nacional. Basta echar una mirada sobre la impotencia y la irrelevancia de ante el fenómeno de la inmigración en los países donde esta es masiva y se ha instalado como uno de los principales problemas sociales. La inmigración masiva es un fenómeno que merece una actuación coordinada de partidos y movimientos de izquierda a nivel internacional