Feminismo e interseccionalidad: revisión de un concepto liberador.  Prof. Luana Varela*

En el portal oficial gub.uy figura al momento la Encuesta nacional de prevalencia sobre violencia basada en género y generaciones realizada en el 2019 en coordinación de varios ministerios y otros organismos públicos (https://www.gub.uy/comunicacion/publicaciones/encuesta-nacional-de-prevalencia-sobre-violencia-basada-en-genero-y). En la misma procuran retratarse las diversas formas de violencia vividas por mujeres teniendo en cuenta factores tales como el espacio, la edad y el momento en que estas agresiones tuvieron lugar, ya sea el último año o a lo largo de su vida. El 21,1% de las entrevistadas afirmó haber vivido situaciones de violencia basada en género en el espacio público -calle, transporte, y otros- así como el 9% de las mismas aseguró experimentarlas en el ámbito educativo y el 18,01% a nivel familiar en los últimos doce meses a la fecha de realización del estudio. En comparación con esto, desde una visión ya diacrónica, el 76,7% reconoció haber sido violentada en algún ámbito por motivos de género - el 47% en manos de su pareja o expareja- a lo largo de su vida.

A pesar de lo que comunican los datos estadísticos, los alarmantes resultados explicitan información que además de preocupante, es limitada. En los datos primarios que brinda la encuesta no figuran, por ejemplo, los sectores demográficos o realidades socioeconómicas abarcadas por los porcentajes que el documento revela. Esto no implica que los datos sean poco útiles o menos graves, pero sí se evidencia una postura: los hechos figuran en sí mismos como valores numéricos aislados de una realidad circundante y de un contexto determinado, que siempre es un factor esencial. En la primera de estas encuestas nacionales realizada en el año 2013 es posible observar, sin embargo, además de la franja etaria en que se incluyen las mujeres consultadas, el nivel educativo y socioeconómico de las mismas. Estos datos no solo aportan una visión más amplia y aproximada a la realidad concreta, sino que permiten apreciar, por ejemplo, que, si bien la violencia de género se da de forma igualmente estremecedora en cada rincón del país, las mujeres que viven en ámbitos carenciados abarcan un mayor porcentaje ante aquellas que poseen mayores recursos económicos. Prescindir de estos aspectos como factor de relevancia generaliza los sucesos separándolos de otras condicionantes de importancia capital, y excluye enteramente a la causa feminista del resto de las causas que la rodean, como lo son la lucha de clases, raza y diversidad sexual entre otras tantas.

En la introducción de su tan reconocido y citado El segundo sexo, SimoneDe Beauvoir esboza una caracterización de lo que es ser mujer en tanto que “otro” ante lo masculino. Describe a la lucha de las mujeres en su particularidad, destacando su diferencia del resto de los grupos minoritarios porque no tienen un origen o una creencia en común “No siempre ha habido proletarios, pero siempre ha habido mujeres; estas lo son por su constitución fisiológica [...] la alteridad aparece aquí como un absoluto” (De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Debolsillo, 2016, p. 21.) . Según la autora, la lucha en manos de la mujer es más dificultosa que el resto de las luchas, puesto que ellas

  • [...] viven dispersas entre los hombres [...] Burguesas, son solidarias de los burgueses y no de las mujeres proletarias; blancas, lo son de los hombres blancos y no de las mujeres negras. El proletariado podría proponerse llevar a cabo la matanza de la clase diligente[...] la mujer ni siquiera en sueños puede exterminar a los varones. El vínculo que la une a sus opresores no es comparable a ningún otro (Ibid.)

Algunas páginas antes, sin embargo, reflexiona:

  • Para el aldeano, todos los que no pertenecen a su aldea son “otros”, de quienes hay que recelar; para el nativo de un país los habitantes de los países que no son el suyo aparecen como “extranjeros”; los judíos son “otros” para el antisemita, los negros lo son para los racistas norteamericanos, los indígenas para los colonos, los proletarios para la clase poseedora”(Ibid. p.19) 

La noción de alteridad u otredad que une a los distintos grupos minoritarios, como lo expresa esta segunda cita, deriva en la condición de subalternidad que caracteriza a las distintas causas ante un otro hegemónico que las oprime.

El término interseccionalidad, aunque ya existían intercambios previos, fue definido por primera vez por la académica estadounidense KimberléCrenshaw en 1989 con el fin de abordar las múltiples formas complejas de la discriminación desde una mirada multilateral. Hoy en día, los estudios de la intersección presentan otras caras que defienden a rajatabla la profunda necesidad de entender equivalentes a las distintas causas, dentro de ellas Ángela Davis, académica, activista, política y autora de múltiples textos, entre ellos su reconocido Mujeres, raza y clase de 1981. En esta publicación, la autora historiza el vínculo entre las luchas que el título destaca, tanto problematizando la discriminación y exclusión dentro de los propios movimientos - por ejemplo el racismo existente entre las sufragistas estadounidenses- así como también enumerando sus confluencias -el movimiento antiesclavista y los derechos de la mujer, el marxismo y su apoyo al sufragio femenino- :

  • El Partido Socialista, principal exponente del marxismo durante casi dos décadas apoyó la batalla por la igualdad de las mujeres. De hecho, durante muchos años fue el único partido político que defendió el sufragio femenino. Gracias a mujeres socialistas como PaulineNewman y Rose Schneiderman se forjó un movimiento sufragista de clase obrera que supuso la ruptura del monopolio que a lo largo de diez años habían mantenido las mujeres de clase media en la campaña masiva por el voto.(Davis, Ángela. Mujeres, raza y clase. Madrid: Akal. 2004, 2005, p. 154.)

En su artículo titulado “ Feminismo, interseccionalidad y marxismo: debates sobre género raza y clase”, publicado en La Izquierda Diario de España, la escritora argentina Josefina L. Martínez traza un recorrido histórico sobre el concepto, ubicando sus antecedentes en Estados Unidos, durante la segunda ola feminista de los setenta donde el movimiento de mujeres negras CombasheeRiverColective discrepó con las feministas blancas – algunas pertenecientes a clases acomodadas- porque no reconocían la existencia de diferencias entre mujeres, olvidando las reivindicaciones de raza y clase. Martínez cita el siguiente fragmento del manifiesto del CombasheeRiver: 

  • Reconocemos que la liberación de toda la gente oprimida requiere la destrucción de los sistemas político y económicos del capitalismo y del imperialismo tanto como el del patriarcado, somos socialistas porque creemos que el trabajo se tiene que organizar para el beneficio colectivo de los que hacen el trabajo y crean los productos (…) No estamos convencidas, sin embargo, que una revolución socialista que no sea también una revolución feminista y antirracista nos garantizará nuestra liberación.(Declaración de la Combahee River Collective, 1977)

La declaración, que logró sintetizar y prácticamente definir al en ese entonces inexistente concepto de interseccionalidad, resultó ser uno de los primeros pasos hacia el estudio complejo de las distintas formas de opresión y su indisolubilidad. La situación denunciada por el movimiento Combashee puede anteponerse con lo señalado por De Beauvoir, donde la autora sitúa a la solidaridad únicamente entre personas de una misma clase o raza, dificultando esto a la revolución en manos de las mujeres, que están inmersas en esas otras categorías.

Con el paso del tiempo y cierta perspectiva histórica ante un modelo de feminismo si bien fundacional, ya superado, es fácil comprender que no se trata simplemente de solidaridad sino de autocrítica. Una lucha que no comprende la simultaneidad y coexistencia de causas no digiere tampoco el significado de la propia lucha. La distancia insuperable entre el trabajador y quien lo explota, tiene tantas aristas como tintes misóginos, racistas, homofóbicos y xenófobos, y se comprende como tal en su complejidad. El movimiento revolucionario siempre se sabe fruto de un sistema cuyo eje vertebrador yace en la dinámica opresor/oprimido y le es imposible ser liberador en tanto genere la clase de desigualdad por la que él mismo aboga. Así el feminismo uruguayo demuestra, no solo en cada 8 de marzo sino día a día, que combate en todos los frentes sin que esto implique dejar de ondear la bandera propia.

  • [...] unir lo que el capitalismo divide, fortaleciendo la unidad interna de la clase trabajadora, así como una política de alianzas con los movimientos que luchan contra las opresiones específicas. Esta perspectiva, junto al combate por expropiar a los expropiadores, es la única que puede permitir avanzar hacia una sociedad realmente libre.(Martínez, Josefina (2019). “Feminismo, interseccionalidad y marxismo: debates sobre género, raza y clase” en La izquierda diario. Madrid. Febrero de 2019.)

Bibliografía citada

  • De Beauvoir, Simone. El segundo sexo. 13Ra ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Debolsillo, 2016.
  • Davis, Ángela. Mujeres, raza y clase. 2Da Ed. Madrid: Akal. 2004,2005
  • Martínez, Josefina. “Feminismo, interseccionalidad y marxismo: debates sobre género, raza y clase” en La izquierda diario. Madrid. Febrero de 2019.

*Profesora de Literatura (IPA)

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